De máquinas y locuras 3

 Y si pensaban que las máquinas habían terminado, estaban equivocados.
No es que me contradiga. Es algo más simple. Como ya lo adelantaba o preveía William Gibson, uno se vuelve adicto a la tecnología. Lo que en términos de escritura no resulta de tan fácil consumo. En otras palabras: cuando empecé a usar PC’s, mi ideal eran las Mac, por el ambiente gráfico, el manejo de fuentes de distinto tipo que podían darle otro aspecto a tus escritos.
La primera calle de la soledad la inicié en una Mac Classic. Y me quedé enamorado de la fuente New York.
Nada similar podía obtener en aquellos momentos en las PC. La mayor actualización que logré hacer en ese sentido, fue cambiar de Word Perfect a Word 5.0 para DOS. Y sólo podías, en ambos procesadores, acceder a Courier o Courier New. Y otra fuente más, cuyo nombre se me escapa. Las variantes, las variables posibles al aspecto de tu interfaz eran mínimas. Pero la marcha de las computadoras aún era lenta y más mi economía. Fue hasta 1996 que accedí a Windows y con ello a otras prestaciones gráficas. Unas que me hicieron desear más y más tener una lap top. Deseo que tardaría años en cumplirse.
Mientras tanto, en las reuniones, en aquel tiempo muy periódicas, con el grupo de escritores de Ciencia Ficción, me encontré, una buena tarde con un libro de cuentos de Blanca Martínez. Un original cuya tipografía y tipo de impresión me era imposible reconocer. Le pregunté qué programa usaba. Su respuesta me dejó frío: escribía a máquina. En una de tipo electrónico que le permitía guardar sus documentos.
Blanca me prestó su libro. Hundirme en sus ficciones fue un placer especial. Blanca escribe con una candidez, una simpleza, una pasión que arroban. Prosa que logra adentrarse de manera rápida en ti.
Y a mí, justamente en aquel momento (Circa 1996), me pasaba lo contrario. Mis construcciones me sonaban en exceso artificiales, muy reelaboradas. De manera que, fetichista como soy, empecé a buscar una máquina similar a la de Blanca. Sergio Lira, siempre al pendiente de sus alumnos, siempre escribiendo ensayos, me platicó, pocos días más tarde de una máquina Canon. Le pedí los pormenores y acudí a comprarla.
Una máquina portátil (aunque bromosa y pesada) que, efectivamente, era capaz de guardar tus escritos en un disco de 3.5. Una que empleé para escribir cuentos, una novela inconclusa a cuatro manos… Una que poseía varios tipos de fuentes. Me enamoré de ella. Es esta:

 

Un amor poco fructífero en términos creativos. Un fetiche más que pude arrastrar a dos congresos de CF y que me permitiera redactar trabajos académicos. Nada más. Pero a veces sólo hace falta tener el fetiche para superar los aparentes problemas. Y volví a la PC. A mis viejos programas de DOS, con renovadas energías.
Al poco tiempo pude transladar la 386 escalada a Pentium S de Jojutla a Puebla. Y la historia creció… Con ella vinieron otras novelas, otros fetiches.
Pero eso será asunto de otro post.
PD.- Y sí, otra vez, fue una foto de celular… Sorry.

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