De máquinas y locuras 2

Y en este proyecto de un blog paralelo, ligeramente distinto, la idea era comentar sobre todas las particularidades, las pequeñas manías que uno va adquiriendo a lo largo de la senda de convertirse en escritor… Y ahí, el fetiche de la Máquina de Escribir, suele ser básico… o mejor dicho, solía ser…
      Hoy, un comentario dejado en este blog, me hizo posponer las urgencias para ponerme a relatarles un poco más. Ésta, sin más, y como prólogo definitivo, es mi tercera máquina de escribir:


      Una Olivetti Studio 45 (sí, sorry, es foto de cel), que ha sufrido ya un buen de reparaciones. La historia de esta señorita también se remite a los tiempos de prepa y su existencia obedece, una vez más, a mi ánimo, mis costumbres nómadas.
      Para acabar las tareas de prepa, precisaba tener una máquina con idéntica tipografía en el estado de Morelos, para poder trabajar en los fines de semana que visitaba a mis padres. Fue comprada en una tienda del Issste y aporreada con mayor confianza que la Letrera 32, debido a su estructura más sólida, a la misma amplitud de sus teclas. No sé, no recuerdo exactamente en qué momento terminé con esta máquina en Puebla. Supongo que la otra se descompuso o simplemente quise distinguirme de José Luis Zárate. Él, en aquellos tiempos de licenciatura, poseía otra Letrera 32, aunque con una tipografía distinta. Mucho más pequeña. Una a la que le había cambiado las teclas en numerosas ocasiones… porque sus aporreadas solían romperlas. La Letrera de Zárate incluso fue soldada, sometida a rigurosas cirugías… Hasta que la perdió… En serio, no lo sé de cierto…. Quizá en algún viejo post de Lobosector, exista una versión más apegada… pero creo recordar que en esta studio 45, mientras mi AT era reparada, escribí algunas páginas de La Primera Calle de la Soledad… Sea como fuere, hasta el día de hoy, es esta máquina la que me sigue acompañando en Puebla. Hasta el año pasado, básicamente me ayudaba a llenar ocasionales formularios… pero ya no a escribir… El cambio en este sentido fue drástico… Y es necesario decirlo…
      Mi resistencia a cambiar a las computadoras, fue grande. El primero que dio el paso de entre la comunidad, del grupo de escritores que en ese tiempo nos reuníamos y nos hacíamos llamar Hara Kiri, fue precisamente su fundador: Juan Hernández Luna. Sí, el mismo que el año pasado obtuvo su segundo o tercer premio Hammet de novela policiaca. Él inició el cambio, consiguiéndose una consola Atari 5200 y el respectivo cassette (un circuito integrado pegado a un circuito impreso, todo rodeado por un rectángulo de plástico) de escritura. Dicha consola aún grababa los datos en cinta magnética de 60 minutos. Sí, en cassette de audio. Zárate siguió su ejemplo y a la vuelta de unos tres meses se había conseguido ya una consola similar… Pero yo me negaba. Mi consola era una Atari 2600 y sólo servía para jugar (y mucho), no para escribir. Zárate superó a Hernández Luna, al conseguirse primero un driver de 5 1/4. Ambos usaban una tele portátil Samsung blanco y negro a manera de monitor. Y no, no estoy hablando de la prehistoria, sólo de hace veinte años. De 1988. Ambos usaron sus consolas hasta el cansancio… Hernández Luna escribió Quizá otros labios en esa consola y luego la pasó en limpio, a máquina, en una Underwood del año del caldo, para entregarla a la editorial… Zárate, otra vez lo superó: consiguó una impresora de matriz de puntos compatible con su Atari… Zárate escribió toneladas de minicuentos… vaya, hasta yo la utilicé. Escribimos, Zárate y yo, un cuento a cuatro manos, luego otro. Luego un par de novelas que nunca acabamos…
      Y la inercia estaba extinguida. Busqué imitarlos, pero mi padre me convenció de saltar a una XT. A esa primera PC de monitor monocromático y disco duro de 20 megas… Era diciembre de 1989… En ella, al fin pude tener la amplitud, la confianza para desarrollarme como autor. No duró demasiado conmigo. La cambié por una AT (286), luego una 386 y al fin una Pentium PS. Todas ellas aún están en el museo jojutense… Es decir, en mi recámara de la casa de mis padres…
Un fetiche se fue extinguiendo con las PC’s. Otro nacía con ellas. Otro con las Mac’s… Y durante mucho tiempo deseé una laptop… pero eso es parte de otra historia… de otro post… Por el momento, he de volver al origen de la inspiración.
      Sólo los que hemos escrito en máquina de escribir te entenderemos, escribió Imprentas… Y es cierto, pero aún peor… Recientemente, encontré el libro de Nestor García Canclini Lectores, espectadores e internautas y ahí, en el apartado Cuento Postdigital, el autor revisa una historia de Julio Cortázar, Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj, a la sombra de las tecnologías digitales y argumenta:
      Los adolescentes preguntarán qué es eso de que haya que darle cuerda al reloj todos los días. La mayoría de los jóvenes ya no usa reloj de pulsera, porque consultan la hora en el móvil o en el ordenador. Es comprensible que miren a los adultos que todavía usamos reloj como nosotros veíamos hace unas décadas los relojes de sol o de péndulo. (58)
      O incluso, agregaría yo, los de bolsillo, como el que usaba el conejo blanco de Alicia…
      De cualquier manera, es cierto, estamos en la era digital, en otro reino donde la información es más asequible, más fácil de alcanzar… Y, sin embargo, ninguna de estas facilidades, creo, termina siendo determinante para escribir… Para mantenerte en la línea… para no dejar de aporrear las teclas…
      See you soon, you people behind the screen.

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